La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia, tal era cuando la compramos por 60 dólares americanos hace diez años, dicen que es de la raza Tibet Spaniard, con ojos saltones, nariz respingada y pelambre encaracolada pese a que todos creen que es pekinesa y ese desacierto ya lo toleramos porque al final es de las emperatrices chinas. Es muy llamativa y de conducta aristocrática. Gusta comer de la mano y dormir en lecho acolchonado. Ha tenido tres amores. A pesar de que ya me referí a los dos primeros en mensajes anteriores, los resumiré brevemente.
Cuando en su adolescencia se interesó en una pareja
amorosa, hubo pláticas familiares para elegir al agraciado, pues ya había sido
enumerada detrás de la oreja por la Federación Canina de Cuba como raza genuina
y no se admitiría mancha en su pedigree. Un buen día vimos paseando en un auto
un bello ejemplar que asomaba la cabeza para respirar el aire del malecón.
Dejamos una nota en el limpiaparabrisas. Se hicieron los acuerdos prenupciales.
El dueño pidió que el galán visitara a Ana. Se aconsejó por los expertos que se
mantuvieran encerrados en una terraza del amor. Jugaban, retozaban, destrozaban
pero nada de copula. Pasaron los días. No obstante las insistencias de Ana el
pequeño Napoleón rehuía el encuentro y la batalla. Todo fue inútil. Finalmente,
en una de las escapadas huyo a la acera y una mano adolescente de ancestros
africanos atrapo al novio indiferente y jamás apareció. De nada valieron los
carteles pegados por doquier ofreciendo jugosa recompensa. El drama de los
dueños con el llanto contagioso de los niños se recuerda todavía en nuestro
barrio. Menos mal que un samaritano recomendó a un conocido garañón canino. No
nos causó buena impresión porque estaba desgreñado y era chiclano y su único
testículo llamo la atención. Además, había que pagar. Y no es simpático pagar
por el amor. Parecía iracundo en las manos de un señor aún más desgreñado en
una casa despintada y desaliñada. Verificamos la documentación y accedimos. Era
feo pero de pura raza. Depositamos a nuestra princesa en el suelo para que
saludara a Muñeco. No hubo saludos, protocolo ni diplomacia. Aquel perrito pelú
era un combatiente aguerrido. Al soltarlo su dueño, de sus manos bajo un
guerrero samurái y sorprendió a nuestra ingenua Ana introduciéndole su catana
con tal precisión y rapidez que todos se sorprendieron en tanto Muñeco con una
acrobacia circense se volteó quedando de frente a su dueño que sonreía
victorioso. Ana, quejumbrosa, había sido atrapada en el nudo del amor y nos
miraba sorprendida. Esta operación se repitió tres veces. Las señoras presentes
miraban a sus esposos. El embarazo estaba garantizado y se resarciría la deuda
con el dueño de Napoleón quien tendría el derecho de escoger el mejor
descendiente que fueron tres hermosos vástagos. La moraleja es que la
apariencia nos puede engañar.
La segunda vez que se interesó en el amor ya guardaba la
experiencia de una maternidad de tres cachorros. Esta vez el amor sería más
espontaneo sin intervenciones elitistas de la familia humana. Los más disimiles
ejemplares caninos empezaron a rodear la casa. Al estilo de los pretendientes
de Penélope se echaban con aire holgazán en las aceras que rodean la casa en la
esquina de San Juan de Dios y Villegas o en las correspondientes aceras de
enfrente, en busca de la sombra según se desplazara la luz solar. De cuando en
vez jugueteaban o reñían aguerridos por placeres imaginarios. Ana se mantenía
indiferente y encerrada en el segundo piso para evitar las tentaciones. Acompañada salía de paseo pero la veíamos
mover la cola y mirar con insistencia a un pequeño poodle que se mantenía
alejado de la jauría, justo enfrente del Consultorio del Médico de Familia. No
rehuía del sol. Se retiraron los holgazanes y se mantuvo el poodle
intercambiando miradas y movimientos de cola. Una vez fue sorprendido
frotándose la nariz con Ana a través de la reja del ventanal. Así mismo fue el
amor concebido, a través de reja y malla metálica. Ana presento su grupa al
pequeño caballero y se hizo el amor en riesgosa maniobra acrobática. Los
rostros en la casa se tornaron hoscos y gruñones. Aquel perrito desconocido,
plebeyo o callejero había sido preferido por nuestra baby. Se hicieron
comentarios despectivos sobre el amante. A los pocos días se presentó una fina
señora ofendida porque tales comentarios
habían llegado a sus oídos y nada era más injusto y reclamaba respeto para su
poodle que no era ningún callejero. Se ausento de la casa por el amor y se sentía
con derecho a un descendiente, al menos. Nos disculpamos por la infamia y en su
momento vino en busca del pequeño. Conclusión, hasta los canes escogen en el
amor y tienen sus preferencias.
El amor tercero y último también nos trajo enseñanzas. En
Ana, frisando ya los once años, no era recomendable un nuevo parto aunque ella
deseara una nueva relación. Empezó a merodear la casa un pequeño perrito color
canela y ojos de miel. Enclaustramos a Ana. Al parecer el perrito forastero
tenia dueño pues estaba bien limpiecito y acicalado. Rego de orine las dos
aceras y así marcar el territorio. Permaneció echado cerca de un mes a la
puerta de la casa y salió maltrecho de varias peleas con perros más
corpulentos. Actuó con canina inteligencia y acompañaba a cualquier miembro de
la familia a los más lejanos lugares. Corría detrás de los taxis que
abordábamos y la gente gritaba: “Abusadores, paren y suban al perrito!”. El
dueño se lo llevo varias veces, pero volvía a las pocas horas. El 1 de
septiembre corrió el kilómetro que nos separa de la escuela de Olivia en la
plaza vieja. Espero todo el tiempo de la ceremonia y se mantuvo firme cuando
entonaron las notas del himno nacional. Todos estábamos asombrados. Incluso
entro al aula cuando autorizaron a los familiares a visitar la escuela durante
20 minutos. El pretendiente se había ganado el cariño nuestro y del barrio. Su
presencia ya era normal y se extrañaba su ausencia. Siguió esperando
pacientemente y un día ocurrió lo que tenía que ocurrir. Discretamente, en un rincón cualquiera debajo
de una mesa ignorada.
Entonces, comprendimos que en la confianza está el
peligro, que la inteligencia es superior a la obcecación y que la paciencia es
una extraordinaria virtud.
Desesperados por el riesgo de la edad, se acudió al cirujano para ligarle las trompas a nuestra Ana. No resistió la operación y falleció a la semana. Descansa en el jardín del Vedado un flamboyán enano de jardín sobre su tumba. Todos estamos consternados. El amor y la muerte andan de la mano como en Romeo y Julietta. Mis saludos Carlos Sr
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