viernes, 18 de septiembre de 2015

Los amores de Anastasia

La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia
  
La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia, tal era cuando la compramos por 60 dólares americanos hace diez años, dicen que es de la raza Tibet Spaniard, con ojos saltones, nariz respingada y pelambre encaracolada pese a que todos creen que es pekinesa y ese desacierto ya lo toleramos porque al final es de las emperatrices chinas. Es muy llamativa y de conducta aristocrática. Gusta comer de la mano y dormir en lecho acolchonado. Ha tenido tres amores. A pesar de que ya  me referí a los dos primeros en mensajes anteriores, los resumiré brevemente.

La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia
Cuando en su adolescencia se interesó en una pareja amorosa, hubo pláticas familiares para elegir al agraciado, pues ya había sido enumerada detrás de la oreja por la Federación Canina de Cuba como raza genuina y no se admitiría mancha en su pedigree. Un buen día vimos paseando en un auto un bello ejemplar que asomaba la cabeza para respirar el aire del malecón. Dejamos una nota en el limpiaparabrisas. Se hicieron los acuerdos prenupciales. El dueño pidió que el galán visitara a Ana. Se aconsejó por los expertos que se mantuvieran encerrados en una terraza del amor. Jugaban, retozaban, destrozaban pero nada de copula. Pasaron los días. No obstante las insistencias de Ana el pequeño Napoleón rehuía el encuentro y la batalla. Todo fue inútil. Finalmente, en una de las escapadas huyo a la acera y una mano adolescente de ancestros africanos atrapo al novio indiferente y jamás apareció. De nada valieron los carteles pegados por doquier ofreciendo jugosa recompensa. El drama de los dueños con el llanto contagioso de los niños se recuerda todavía en nuestro barrio. Menos mal que un samaritano recomendó a un conocido garañón canino. No nos causó buena impresión porque estaba desgreñado y era chiclano y su único testículo llamo la atención. Además, había que pagar. Y no es simpático pagar por el amor. Parecía iracundo en las manos de un señor aún más desgreñado en una casa despintada y desaliñada. Verificamos la documentación y accedimos. Era feo pero de pura raza. Depositamos a nuestra princesa en el suelo para que saludara a Muñeco. No hubo saludos, protocolo ni diplomacia. Aquel perrito pelú era un combatiente aguerrido. Al soltarlo su dueño, de sus manos bajo un guerrero samurái y sorprendió a nuestra ingenua Ana introduciéndole su catana con tal precisión y rapidez que todos se sorprendieron en tanto Muñeco con una acrobacia circense se volteó quedando de frente a su dueño que sonreía victorioso. Ana, quejumbrosa, había sido atrapada en el nudo del amor y nos miraba sorprendida. Esta operación se repitió tres veces. Las señoras presentes miraban a sus esposos. El embarazo estaba garantizado y se resarciría la deuda con el dueño de Napoleón quien tendría el derecho de escoger el mejor descendiente que fueron tres hermosos vástagos. La moraleja es que la apariencia nos puede engañar.

La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia

La segunda vez que se interesó en el amor ya guardaba la experiencia de una maternidad de tres cachorros. Esta vez el amor sería más espontaneo sin intervenciones elitistas de la familia humana. Los más disimiles ejemplares caninos empezaron a rodear la casa. Al estilo de los pretendientes de Penélope se echaban con aire holgazán en las aceras que rodean la casa en la esquina de San Juan de Dios y Villegas o en las correspondientes aceras de enfrente, en busca de la sombra según se desplazara la luz solar. De cuando en vez jugueteaban o reñían aguerridos por placeres imaginarios. Ana se mantenía indiferente y encerrada en el segundo piso para evitar las tentaciones.  Acompañada salía de paseo pero la veíamos mover la cola y mirar con insistencia a un pequeño poodle que se mantenía alejado de la jauría, justo enfrente del Consultorio del Médico de Familia. No rehuía del sol. Se retiraron los holgazanes y se mantuvo el poodle intercambiando miradas y movimientos de cola. Una vez fue sorprendido frotándose la nariz con Ana a través de la reja del ventanal. Así mismo fue el amor concebido, a través de reja y malla metálica. Ana presento su grupa al pequeño caballero y se hizo el amor en riesgosa maniobra acrobática. Los rostros en la casa se tornaron hoscos y gruñones. Aquel perrito desconocido, plebeyo o callejero había sido preferido por nuestra baby. Se hicieron comentarios despectivos sobre el amante. A los pocos días se presentó una fina señora ofendida porque  tales comentarios habían llegado a sus oídos y nada era más injusto y reclamaba respeto para su poodle que no era ningún callejero. Se ausento de la casa por el amor y se sentía con derecho a un descendiente, al menos. Nos disculpamos por la infamia y en su momento vino en busca del pequeño. Conclusión, hasta los canes escogen en el amor y tienen sus preferencias.
El amor tercero y último también nos trajo enseñanzas. En Ana, frisando ya los once años, no era recomendable un nuevo parto aunque ella deseara una nueva relación. Empezó a merodear la casa un pequeño perrito color canela y ojos de miel. Enclaustramos a Ana. Al parecer el perrito forastero tenia dueño pues estaba bien limpiecito y acicalado. Rego de orine las dos aceras y así marcar el territorio. Permaneció echado cerca de un mes a la puerta de la casa y salió maltrecho de varias peleas con perros más corpulentos. Actuó con canina inteligencia y acompañaba a cualquier miembro de la familia a los más lejanos lugares. Corría detrás de los taxis que abordábamos y la gente gritaba: “Abusadores, paren y suban al perrito!”. El dueño se lo llevo varias veces, pero volvía a las pocas horas. El 1 de septiembre corrió el kilómetro que nos separa de la escuela de Olivia en la plaza vieja. Espero todo el tiempo de la ceremonia y se mantuvo firme cuando entonaron las notas del himno nacional. Todos estábamos asombrados. Incluso entro al aula cuando autorizaron a los familiares a visitar la escuela durante 20 minutos. El pretendiente se había ganado el cariño nuestro y del barrio. Su presencia ya era normal y se extrañaba su ausencia. Siguió esperando pacientemente y un día ocurrió lo que tenía que ocurrir.  Discretamente, en un rincón cualquiera debajo de una mesa ignorada.
Entonces, comprendimos que en la confianza está el peligro, que la inteligencia es superior a la obcecación y que la paciencia es una extraordinaria virtud.


La mascota de la familia es la perrita Ana, aunque su verdadero nombre es Anastasia

Desesperados por el riesgo de la edad, se acudió al cirujano para ligarle las trompas a nuestra Ana. No resistió la operación y falleció a la semana. Descansa en el jardín del Vedado un flamboyán enano de jardín sobre su tumba. Todos estamos consternados. El amor y la muerte andan de la mano como en Romeo y Julietta. Mis saludos Carlos Sr 

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