España es la madre patria, en los momentos más difíciles
siempre nos hemos querido cubanos y españoles, heredamos de ellos cosas buenas
y malas. No habrá forma de agradecerles a esos peninsulares de siglos atrás que
no discriminaran a las negras y que de esos amores furtivos apareciera la
mulata, esa criatura incomparable, que destruye corazones y regala placeres
celestiales inimaginables. ¡Esclavo se convierte el hombre que es amado por
esos seres casi mitológicos y que ya se hacen mayoría en nuestro país para
orgullo de todos! Oigo decir que se les debe agradecer la limonada y la
alpargata como sus invenciones también, pero en los ambientes familiares
campestres donde yo crecí, se hacía mucha referencia a la brutalidad de los
gallegos y de los isleños. Es un isleño, era equivalente de irracional, bruto,
intolerante. Tal vez sería porque gran parte de los inmigrantes procedían de
aldeas, donde la educación era a palos.
Se conoce la historia aciaga de la bailarina española a
quien Martí dedicó su bellísimo poema, quien fue violada de niña en su aldea,
maltratada y rechazada por sus familiares y salió en busca de un mundo mejor.
Yo echo la culpa de esa llamada mala rabia o mala leche a los españoles, porque
en mi recorrido por países africanos, la otra fuente importante de la
nacionalidad cubana, que son los negros, siempre he notado la sonrisa, esas
sonrisas de las poblaciones, donde se distinguen blanquísimos dientes de incomparable esmalte,
amables, cariñosos, noblotes, divertidos, practicantes de la filosofía de un
solo día, como si hoy fuera el último día de la vida y el mañana no existiera.
Tan amigos que andan agarrados de las manos por doquier.
En mi oficio de traductor e intérprete en congresos,
coloquios y conferencias me agradaba ser el acompañante de delegaciones
africanas más que europeas hasta que un visitante guineano, llamativo por su
gigante estatura y su vestimenta colorida de amarillo canario, rojo, verde y negro,
un batilongo como las alas de un murciélago, no me soltaba la mano y yo no me
podía desprender. Mientras paseábamos dentro del hotel Habana Libre sede del
evento nadie se interesaba, pero cuando un día abrió las puertas y salió
caminando rampa abajo hacia el malecón se me vino el mundo abajo. Lo más
halagador que me gritaban era: "Chiquitico, estás comiendo bueno".
Sentado en el muro del malecón le pregunté, señor Toureéno le habría podido
leer este artículo de la Bohemia dentro del hotel. Se sonrió y replicó: ¡Aquí
hace más fresco, Carlos!
Me han dado la impresión que son musicales, divertidos y
multicolores, pero no malgeniosos. Los chinos son pacientes y laboriosos,
comerciantes, jugadores, pero tampoco iracundos. No me explico ese
encabronamiento generalizado que daña
las relaciones entre las personas y hasta con los animales. En mi
escuela había dos compañeros míos que se declararon enemigos de por vida, quien
fuera amigo de uno no podía hablar con el otro, a la salida y llegada a la
escuela venían por aceras diferentes, en su código no podían caminar por la
misma acera y siempre que se encontraban se las liaban a puñetazos. Hasta que
llegaron a viejos. Hay gente muy rencorosa.
Mi hijo puede atestiguar la diversión de los jóvenes
cuando visitábamos mi pueblo natal, Rodrigo, donde siempre vamos de vacaciones.
Practicaban fis culturismo los muchachos y esperaban impacientes las cinco de
la tarde para encimarse por una cerca vegetal y reírse cuando llegaba el vecino
joven, flaco y malgenioso. Siempre traía de su trabajo sobras de comida en una
lata para una puerca raquítica, las costillas pegadas al espinazo, de nombre Margarita. Estaba tan flaca que se
balanceaba como borracha. Era de mal comer. Atada con una soga y una argolla al cuello su alrededor
era un charco de agua, lodo y restos de comida maloliente. Cuando el dueño le
servía con entusiasmo el alimento, Margarita se quedaba indiferente. Ahí
empezaba la fiesta. Como tantos dueños de animales, dialogaba con ella. “! Qué,
no te gusta, qué tú querías bocadito de jamón y queso!" Le restregaba el
hocico alargado en el plato e increíblemente se enredaba a puñetazos con el
pobre animal y caían en medio del pantano apestoso. Así mató a su mulo de un
puñetazo en la sien por resistirse a salir por el portón.
Comento este tema porque debemos endulzar el carácter
a pesar de nuestras angustias personales y no cómo he visto responder con una
grosería a quien dice los buenos días, aunque reconozco que no todos los días
son buenos y cómo dice el refrán el horno no siempre está para pastelitos. Tan
es así que el slogan publicitario televisivo habla del valor de una sonrisa en
los servicios públicos a pesar del buen recuerdo del enanito gruñón de Blanca
nieves. No debemos ser gruñones ni rencorosos y mucho menos groseros.
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