viernes, 4 de septiembre de 2015

El mal genio sin razón



España es la madre patria, en los momentos más difíciles siempre nos hemos querido cubanos y españoles, heredamos de ellos cosas buenas y malas. No habrá forma de agradecerles a esos peninsulares de siglos atrás que no discriminaran a las negras y que de esos amores furtivos apareciera la mulata, esa criatura incomparable, que destruye corazones y regala placeres celestiales inimaginables. ¡Esclavo se convierte el hombre que es amado por esos seres casi mitológicos y que ya se hacen mayoría en nuestro país para orgullo de todos! Oigo decir que se les debe agradecer la limonada y la alpargata como sus invenciones también, pero en los ambientes familiares campestres donde yo crecí, se hacía mucha referencia a la brutalidad de los gallegos y de los isleños. Es un isleño, era equivalente de irracional, bruto, intolerante. Tal vez sería porque gran parte de los inmigrantes procedían de aldeas, donde la educación era a palos.
Se conoce la historia aciaga de la bailarina española a quien Martí dedicó su bellísimo poema, quien fue violada de niña en su aldea, maltratada y rechazada por sus familiares y salió en busca de un mundo mejor. Yo echo la culpa de esa llamada mala rabia o mala leche a los españoles, porque en mi recorrido por países africanos, la otra fuente importante de la nacionalidad cubana, que son los negros, siempre he notado la sonrisa, esas sonrisas de las poblaciones, donde se distinguen  blanquísimos dientes de incomparable esmalte, amables, cariñosos, noblotes, divertidos, practicantes de la filosofía de un solo día, como si hoy fuera el último día de la vida y el mañana no existiera. Tan amigos que andan agarrados de las manos por doquier.
En mi oficio de traductor e intérprete en congresos, coloquios y conferencias me agradaba ser el acompañante de delegaciones africanas más que europeas hasta que un visitante guineano, llamativo por su gigante estatura y su vestimenta colorida de amarillo canario, rojo, verde y negro, un batilongo como las alas de un murciélago, no me soltaba la mano y yo no me podía desprender. Mientras paseábamos dentro del hotel Habana Libre sede del evento nadie se interesaba, pero cuando un día abrió las puertas y salió caminando rampa abajo hacia el malecón se me vino el mundo abajo. Lo más halagador que me gritaban era: "Chiquitico, estás comiendo bueno". Sentado en el muro del malecón le pregunté, señor Toureéno le habría podido leer este artículo de la Bohemia dentro del hotel. Se sonrió y replicó: ¡Aquí hace más fresco, Carlos!
Me han dado la impresión que son musicales, divertidos y multicolores, pero no malgeniosos. Los chinos son pacientes y laboriosos, comerciantes, jugadores, pero tampoco iracundos. No me explico ese encabronamiento generalizado que daña  las relaciones entre las personas y hasta con los animales. En mi escuela había dos compañeros míos que se declararon enemigos de por vida, quien fuera amigo de uno no podía hablar con el otro, a la salida y llegada a la escuela venían por aceras diferentes, en su código no podían caminar por la misma acera y siempre que se encontraban se las liaban a puñetazos. Hasta que llegaron a viejos. Hay gente muy rencorosa.
Mi hijo puede atestiguar la diversión de los jóvenes cuando visitábamos mi pueblo natal, Rodrigo, donde siempre vamos de vacaciones. Practicaban fis culturismo los muchachos y esperaban impacientes las cinco de la tarde para encimarse por una cerca vegetal y reírse cuando llegaba el vecino joven, flaco y malgenioso. Siempre traía de su trabajo sobras de comida en una lata para una puerca raquítica, las costillas pegadas al espinazo,  de nombre Margarita. Estaba tan flaca que se balanceaba como borracha. Era de mal comer. Atada con  una soga y una argolla al cuello su alrededor era un charco de agua, lodo y restos de comida maloliente. Cuando el dueño le servía con entusiasmo el alimento, Margarita se quedaba indiferente. Ahí empezaba la fiesta. Como tantos dueños de animales, dialogaba con ella. “! Qué, no te gusta, qué tú querías bocadito de jamón y queso!" Le restregaba el hocico alargado en el plato e increíblemente se enredaba a puñetazos con el pobre animal y caían en medio del pantano apestoso. Así mató a su mulo de un puñetazo en la sien por resistirse a salir por el portón.
Comento este tema porque debemos endulzar el carácter a pesar de nuestras angustias personales y no cómo he visto responder con una grosería a quien dice los buenos días, aunque reconozco que no todos los días son buenos y cómo dice el refrán el horno no siempre está para pastelitos. Tan es así que el slogan publicitario televisivo habla del valor de una sonrisa en los servicios públicos a pesar del buen recuerdo del enanito gruñón de Blanca nieves. No debemos ser gruñones ni rencorosos y mucho menos groseros.      

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