miércoles, 21 de febrero de 2018

La Muralla de La Habana Vieja.


En algunas secciones de La Habana Vieja se puede encontrar pedazos de muros que tal parecen no tener razón de ser. Realmente esos muros, o fragmentos, son parte de lo que una vez fue una muralla de cantería que iría desde La Punta hasta el Arsenal, con baluartes, garitas y puertas con puentes levadizos, al principio dos y luego hasta nueve.


La emblemática muralla de La Habana comenzó a construirse el tres de febrero de 1674, con arreglo a los planos del maestre de campo Francisco Dávila Orejón y Gastón, gobernador de La Habana entonces, y su construcción duró hasta 1797, con un costo total de tres millones de pesos fuertes, explica Jacobo de la Pezuela en su Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico de la Isla de Cuba, publicado en Madrid en 1863.

Con una extensión de cerca de cinco kilómetros, contaba para su defensa con 3,100 efectivos de las tres armas: infantería, artillería y caballería, y 180 piezas de distintos calibres.

La Habana Vieja desde su surgimiento fue muy codiciada por su ubicación geográfica y las potencialidades que ella atesoraba para el desarrollo económico de la isla, como es el caso del puerto de La Habana, calificado como el más importante del país por ser centro de la actividad portuaria.

Así, fue azotada por innumerables ataques de corsarios y piratas que ponían en peligro la vida de los peninsulares y las riquezas que la corona almacenaba en la villa, por lo que se hacía imprescindible su fortificación a través de obras de ingeniería militar que permitieran defender la floreciente urbe. De esta forma son construidas las fortalezas de La Fuerza, La Punta, El Morro, La Cabaña y los torreones de Cojímar, La Chorrera y San Lázaro.

Sin embargo, todavía la ciudad era vulnerable por lo que en 1603 existe ya un proyecto de crear una muralla para evitar el acceso de enemigos por la parte de tierra. Esta parte de tierra era la costa desnuda, y especialmente el bosque que, por la parte de lo que más tarde sería El Vedado, se interponía entre el mar y la ciudad.

Esta mole dejaba dividida a la ciudad en dos: intramuro, habitada fundamentalmente por peninsulares, y extramuro, asiento predilecto de los llamados naturales del país o criollos. Un cañonazo disparado a las cuatro y treinta de la mañana, primero desde un buque surto en el puerto y luego desde la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, anunciaba la apertura de las puertas de la muralla. Otra detonación, a las ocho y treinta de la noche, avisaba que se cerraban las entradas y salida entre las dos Habanas. Con el transcurso de los años y ya derrumbadas las murallas, continuaba la tradición del cañonazo, pero a las nueve de la noche.

Contaba el enorme muro con las siguientes puertas: La Punta, Colón y de Tierra, esta última abierta en 1724 y que serviría para el tránsito al Campo de Marte y a los barrios extramurenses de Jesús María Jesús del Monte, el Horcón y El Cerro.


Las Puertas de Monserrate, con elegantes arcos de sillería, mandadas a abrir por el capitán General Miguel Tacón en 1835 con un costo de 400,000 pesos fuertes, con una entrada a intramuro por la calle del Obispo, y una salida por O¨Reilly.

Existían también las puertas de El Arsenal, La Tenaza y Luz, abiertas en 1775, 1745 y 1742, respectivamente.



En 1863, por las Puertas de Monserrate, comenzó la demolición de la gran muralla.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario