jueves, 17 de diciembre de 2015

El salto en el estomago



SIENTO UN VACIO, UN AHOGO, UN ESCALOFRIO, UN SALTO EN EL ESTOMAGO, EL PECHO APRETADO, UN VIVIR DESESPERADO, UN CANSANCIO SIN SENTIDO, UNA FIEBRE SIN MOTIVOS, UN SILENCIO ATORMENTADO , DE IMAGINARME CALLADO LO QUE ME PASO CONTIGO SIN QUE LO HUBIERA ESPERADO. ESTA ANGUSTIA EN QUE YO VIVO DE EXTRAÑARTE NO HA CESADO Y EL BALSAMO CURATIVO TU LO TIENES ENCERRADO.

Escribí estos versos en medio de aquel Moscú helado de febrero de 1999 cuando estaba apasionado con la rusa Marina Borisova y pasaba noches en vela esperando su aparición en mi apartamento, con la puerta entreabierta y una taquicardia casi infártica. No era para menos. Esbelta, rubia, ojiverde, sonriente, muy joven, atlética, incansable e imbatible y yo minúsculo, con mi pequeño cuerpo de triángulo isósceles y más de cincuenta años sobre las costas. Era enfrentarse al ejército alemán con las manos vacías.


¡Oh, Dios mío, quien no haya estado en tales circunstancias jamás me podrá comprender! Doy gracias al Señor por cada día de vida que me ha regalado y haberme permitido conocer el amor de Marina y Ana Margarita.

Hay cinco cosas que me producen salto en el estómago. En primer lugar, la enfermedad de alguno de mis dos hijos, En segundo lugar, verme sentado en los bancos de una estación de policía. En tercero, cuando se descompone mi pequeño auto y no sé qué hacer. Ahora también si se descompone mi computer personal y tampoco sé qué hacer y en quinto lugar cuando me llama o aparece la mujer que me hipnotiza y me embruja y tampoco me puedo defender a pesar de tener conciencia de que me utiliza a su conveniencia y no me ama. Otros también pueden tener sensaciones similares y no las confiesan. Es un espasmo, un endurecimiento de las paredes estomacales, como deseos de vomitar, un encogimiento o retracción de los genitales, como chicharrones en tiempo de frío, es como la antesala de la muerte, es lo que debió sentir Jesús en la cruz o el indio Hatuey en la hoguera. Es el estado de indefensión de un paciente en el hospital o del prisionero en la cárcel cuando camina por el corredor de la muerte en espera del final. Es esperar y depender de decisiones ajenas. Es sentirse objeto cuando se acostumbra a ser sujeto. Es el resto de la nada, el vacío de un remolino en el mar, flotar sin escafandra en el agujero negro del espacio celestial. Es la antifelicidad. No se lo deseo a nadie, a menos que la causa sea la pasión del amor pues la recompensa si vale la pena, aunque se nos estruje la panza, el simpático y el antipático.                                                                                           
                                                  
Debo declarar que además de éstas cinco razones, algunos a mi edad le dan gran importancia al dinero que tienen en el bolsillo, porque hay tres cosas que dán peste, dicen, los muertos, los presos y los arrancaos. No es broma y entiendo que la billetera rebosante o potota  da seguridad, disminuye el estado de indefensión y dependencia e imita la felicidad en la mayoría de los casos, pero no quita el salto en el estómago que provocan esas tensiones. Los nervios no se operan, era una expresión de los viejos.  


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