El viejo
refrán dice: Donde va Vicente hace lo que hace la gente. Sin embargo,
inexplicablemente resulta que los emigrantes nacionales e internacionales tal
vez quedan con la añoranza de sus costumbres, tradiciones y hasta prácticas
religiosas de sus países de origen y en la ciudad de la Habana asan los cerdos
a la púa al estilo oriental o quieren andar con turbantes y fundar
mezquitas y otros hábitos musulmanes, budistas, etc. en aquellos países o
ciudades que le dan acogida, y en vez de adaptarse a los hábitos alimentarios,
escolares u otros quieren trasplantar y a veces imponer una cultura ajena a las
nuevas tierras donde fueron a buscar futuro.
Cuentan
que los hindúes en Canadá se niegan a usar el casco de motoristas y viajar con
sus turbantes. Mi vecina está preparando un envío de plátanos verdes machos,
aguacates y malangas para sus familiares en el extranjero. Mandan incluso a
buscar medicamentos porque sólo les asienta el meprobamato o la aspirina
cubana. El sentido común, que dicen que es una bahía de poco calado, debe
indicar o sugerir que la persona que decide ir a residir a un país extranjero
debe respetar el modo de vivir o convivencia de su nuevo lar y romper esas
tontas ataduras que no significa ni mucho menos perder patriotismo o la
pertenencia a su país de origen.
Conocer,
estudiar y profundizar en la historia de su tierra no puede implicar la
conducta a veces ridícula de exigir de otros lo que no se supo reclamar allí
donde nació.
Los
cubanos y los israelitas se dice que siempre se enorgullecen de su origen
aunque no son asimilados por los países de acogida y llegan a ser ciudadanos
ejemplares, logrando los triunfos que un día soñaron. Desde luego, me parece
que la cultura debe jugar un papel importante en este tema y aunque los
países desarrollados del mundo tienen una deuda histórica con los menos
desarrollados, como se entiende que una enfermera africana que abandonó su país
para eludir la miseria de su país, arrastrada por el consumismo se lance en
huelga furiosa manifestando contra el hospital de Londres que le dio trabajo y
con lo cual ayuda a los parientes que quedaron atrás.
Nadie es
poseedor de toda la verdad y tal vez yo esté equivocado. Yo no tengo alma de
emigrante y he preferido vivir en el país donde nací. Mi sueño en la ancianidad
es ir a refugiarme en un Home de Miami donde reside mi hijo menor, pero de
seguro me comportaré como el resto de los ancianos norteamericanos y no mandaré
a buscar leche evaporada a Cuba porque la americana me de dolor de tripa. Sean
buenos emigrantes sin perder las raíces.
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