martes, 18 de septiembre de 2018

El Floridita en la Habana Vieja



El Floridita se ubica en uno de los rincones con más encanto de La Habana Vieja, por no ponernos chovinistas y decir del mundo, en el inicio de la calle Obispo, esquina a Monserrate, justo enfrente del nuevo Hotel Gran Manzana Kempinski. También está a un costado emblemático Museo de Bellas Artes, y con la fachada hacia el pequeño parque que recuerda a Francisco de Albear, creador del acueducto de La Habana.

El Floridita (antiguamente conocido como La Piña de Plata) es uno de los puntos de referencia de la buena coctelería de la ciudad.

Aquella frase que se lee en todas las guías turísticas sobre el “marco incomparable” sospechamos que se acuñó por El Floridita. Beberte un cóctel aquí te hace escalar 60 escalafones de golpe en la escala de Richter. No se nos ocurre ningún otro lugar en La Habana más ideal.

Se define como “La Catedral del Daiquirí”, “La Cuna del Daiquirí” o “La casa del mejor Daiquirí”, ya que poco después de terminar la Guerra de la Independencia de Cuba, un barman catalán del establecimiento llamado Constante Ribalaigua Vert inventó el cóctel.

Un clásico al que Ernest Hemingway rindió tributo en su libro Islas en el golfo al poner a su héroe, Thomas Hudson, a merced de su batidora: “Había bebido dobles daiquiris helados, de los grandiosos daiquiris que preparaba Constante, que no sabían a alcohol y que al beberlos daban una suave y fresca sensación. Como la del esquiador que se desliza desde la cima helada de una montaña en medio del polvo de la nieve. Y luego, después de un sexto u octavo, la sensación de la loca carrera de un alpinista que se ha soltado de la cuerda”.

El Floridita, como muchas partes de La Habana, pulsó el botón de pausa en los años 50 y se despertó sin una sola cana. Es uno de esos sitios donde parece que el tiempo se haya detenido años atrás, cuando todo era más sencillo y la gente no tenía tanta prisa.


Su barra es el escenario de las coreografías más complicadas. Aquí se venera al cóctel. No salgáis sin probar el Daiquirí–sin competencia en La Habana– o alguna de las creaciones magistrales del barman.

A los cócteles de primera categoría, se añade una decoración lujosa, inspiradísima, irresistible para los “cool hunters”. El Floridita es un bar relajadísimo y encantador que solía frecuentar el Premio Nobel Ernest Hemingway, y un buen lugar para retomar fuerzas tras una larga caminata por La Habana.

Lo primero que hizo Hemingway cuando llegó a La Habana fue bebérsela entera. Se hospedó en el hotel Ambos Mundos, en la concurrida calle Obispo. Y desde allí acudía por las noches a dos de los bares más famosos del planeta: La Bodeguita del Medio y El Floridita.

Aunque ya era el sitio predilecto de muchos expatriados norteamericanos, fue Hemingway quien lo popularizó en los años 30 y un agradecido Floridita, le dedicó uno de sus combinados más conocidos, el Papa Hemingway Especial (un Daiquirí con zumo de pomelo). Tómate uno (o varios), y acompáñalo de unos camarones enchilados. Su récord –dice la leyenda– eran 13 Daiquirís de una sentada.

Una estatua a tamaño natural de Hemingway, sonriente y acodado en su lugar favorito de la antigua barra de estaño, hace imperecedera su presencia en El Floridita.

Este es, sin duda alguna, uno de esos sitios marcados por la nostalgia y el ritmo cubano, de los que dejarán una marca en tus recuerdos.

Buen ambiente a cualquier hora del día, desde el aperitivo hasta la última copa de la noche. La experiencia provocará una pequeña perturbación en vuestra cuenta corriente, pero valdrá la pena. La leyenda se paga.

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