Antes se hablaba del filósofo de café con leche. En
la ciudad abundaban las cafeterías donde desayunaban los amigos el café con
leche o la leche con chocolate, los churros o el pan con mantequilla y
ahí charlaban de los temas más diversos, de política, de cultura, de astronomía,
de amores, etc. polemizaban y tenían solución para todo. Eran desayunos
alargados. Hubo cafés famosos, hombres distinguidos, organizaciones
nacidas en esos ambientes. Era filosofar tomando café con leche, y sin
embargo, era casi ofensivo llamar con ese término a alguien, pues era
tildarlo de teórico, parlanchín, charlatán, hasta holgazán y perdedor de
tiempo. Hoy día le llamarían un diletante.
Eran reuniones de extrovertidos. No había que
citarlos y siempre se encontraban en el mismo sitio.
Tenían fondo de tiempo, pero ya no eran las
reuniones de salones de las señoras francesas donde acudía lo más distinguido
de la sociedad, se asemejaban más a los cafés parisinos donde se reunían
pintores e intelectuales que pasaron a la posteridad.
Y aunque la conversación directa, frente a frente,
tête à tête, vino con el hombre mismo, hay quien es de poco hablar, algunos
casi autistas, como sordomudos, se distinguen tanto por su silencio como
quienes atormentan por hablar sandeces. Antes era una buena referencia que en
la biografía o carta de recomendación de una persona se escribiera "es un
buen conversador", éso se consideraba un mérito y un privilegio.
Muchos de mis allegados son así, pero otros son muy
introvertidos, a veces me parecen intrigantes, no les gusta hablar de sus
problemas ni enfermedades y de los viajes al extranjero mucho menos sino hasta
que están prácticamente en el aeropuerto. He pensado que podría ser no estar al
mismo nivel intelectual del grupo ante un tema dado, otras veces he pensado que
se han educado en órganos de inteligencia y que tienden más a escuchar y
temen expresar sus ideas, a menudo pienso que es por supersticiones y que temen
que le echen mal de ojo o salación a sus proyectos si los divulgan antes
de realizarlos, otras, que se trata de marca genética y les viene de herencia.
Los introvertidos inspiran desconfianza porque nadie sabe cómo piensan, aunque
sean nobles y generosos. No son expresivos.
Cuentan que un inglés flemático e introvertido
estaba perdiendo mucho dinero jugando a la ruleta en Las Vegas. Impasible con
las manos en los bolsillos, ni un gesto ni una palabra. Un cubano que lo
observaba, se le acercó y le preguntó: " ¿Señor, cómo es posible esa
quietud perdiendo tales sumas? " El señor inglés, sin hablar, sacó
las manos de los bolsillos y las abrió mostrando sus testículos
aplastados al curioso cubanito. He ahí la desventaja de los introvertidos.
En el mundo diplomático la especulación y el
intercambio de información es el pan de cada día para los acreditados en
cualquier país. Cuentan que un introvertido diplomático asiático le preguntó la
opinión sobre un delicado asunto político a un extrovertido diplomático
latinoamericano, y éste se desplayó en criterios. Al final, como correspondía,
pidió el punto de vista del asiático, quien le replicó:
"Señor mío, yo tengo su misma opinión".
He ahí la desventaja de los extrovertidos.
De cualquier forma, yo prefiero los extrovertidos,
cada cual con su modo de ver el mundo, de ahí que no pueda vivir en el norte de
Europa donde el silencio aniquila la existencia y cuando he paseado por esos
lares al llegar a España recupero mi alegría al sentarme en la barra de un bar
y conversar con el desconocido sentado a mi lado, que me cuenta de su trabajo,
de sus jefes, de su mujer, de sus hijos, de su amante, de lo que sufre y sueña.
Nada, que al despedirnos todo queda olvidado y nos abrazamos desahogados como
si nos conociéramos de toda la vida y llenos de entusiasmo.
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