lunes, 24 de agosto de 2015

La cajacontadora


 De hecho la antigua bodega ha desaparecido, tal y como la conocí. Había una parte para los comestibles, granos, azúcar, arroz, embutidos, productos enlatados, hasta mantequilla holandesa en lata, sardinas, pencas de bacalao noruego, tasajo uruguayo, galletas de sal, etc.
La otra sección era un mostrador tipo bar donde se servían los tragos de ron o aguardiente, sobre todo Palmita y Paticruzado. No en todas las bodegas había cerveza. Algunas eran tiendas mixtas y había productos de ferretería. Se les daba crédito a los clientes anotando en una libreta las deudas.
Sin embargo, había algo común a todos  los establecimientos. La caja contadora de madera, con una gaveta que salía repentinamente al oprimir unos bellos botones que parecían de un instrumento musical. Las cajas estaban revestidas de arabescos niquelados y tenían una manigueta y una pizarra sobre la que aparecían los números que se oprimían y recuerdo la palabra CASH, la primera que aprendí en inglés. Yo siempre me quedaba atontado, ensimismado contemplando aquel artefacto para mi cosmonáutico. Hoy ya son un objeto de museo como las victrolas.
Hoy día me pregunto cómo los propietarios de aquellas bodegas llevaban los inventarios de los productos en venta. Cuando entro a alguna de las tiendas de la ciudad me llevo la impresión que el tema de los inventarios debe ser una asignatura en estudios universitarios de economía o administración y objeto de tesis de grado, diplomados y maestrías. Los empleados se pasan el tiempo contando, recontando, recontra contando y volviendo a contar, llenos de papeles y listas interminables. Es un instante dramático, no se puede hablar, sube la bilirrubina, hay tensiones, pero el momento más estresante es cuando se hace la fila para pagar en una de las cuatro cajas automáticas y computarizadas, pues si hay cuatro solo atiende una y se escucha un comentario espeluznante, la computadora no funciona. Hay que esperar un técnico. Es peor que el grito de fuego a bordo de un barco en altamar o estamos perdidos en la jungla. Un caos nunca imaginable. En tales circunstancias como he añorado la vieja caja contadora, la que nunca fallaba, la de madera y la manigueta y todo para comprar un rollo de papel sanitario de 25 centavos.




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