De hecho la antigua bodega ha desaparecido, tal y como la conocí. Había una parte para los comestibles, granos, azúcar, arroz, embutidos, productos enlatados, hasta mantequilla holandesa en lata, sardinas, pencas de bacalao noruego, tasajo uruguayo, galletas de sal, etc.
La otra sección
era un mostrador tipo bar donde se servían los tragos de ron o aguardiente,
sobre todo Palmita y Paticruzado. No en todas las bodegas había cerveza.
Algunas eran tiendas mixtas y había productos de ferretería. Se les daba
crédito a los clientes anotando en una libreta las deudas.
Sin embargo,
había algo común a todos los
establecimientos. La caja contadora de madera, con una gaveta que salía
repentinamente al oprimir unos bellos botones que parecían de un instrumento
musical. Las cajas estaban revestidas de arabescos niquelados y tenían una
manigueta y una pizarra sobre la que aparecían los números que se oprimían y
recuerdo la palabra CASH, la primera que aprendí en inglés. Yo siempre me
quedaba atontado, ensimismado contemplando aquel artefacto para mi
cosmonáutico. Hoy ya son un objeto de museo como las victrolas.
Hoy día me
pregunto cómo los propietarios de aquellas bodegas llevaban los inventarios de
los productos en venta. Cuando entro a alguna de las tiendas de la ciudad me
llevo la impresión que el tema de los inventarios debe ser una asignatura en
estudios universitarios de economía o administración y objeto de tesis de
grado, diplomados y maestrías. Los empleados se pasan el tiempo contando, recontando,
recontra contando y volviendo a contar, llenos de papeles y listas
interminables. Es un instante dramático, no se puede hablar, sube la
bilirrubina, hay tensiones, pero el momento más estresante es cuando se hace la
fila para pagar en una de las cuatro cajas automáticas y computarizadas, pues
si hay cuatro solo atiende una y se escucha un comentario espeluznante, la
computadora no funciona. Hay que esperar un técnico. Es peor que el grito de
fuego a bordo de un barco en altamar o estamos perdidos en la jungla. Un caos
nunca imaginable. En tales circunstancias como he añorado la vieja caja
contadora, la que nunca fallaba, la de madera y la manigueta y todo para
comprar un rollo de papel sanitario de 25 centavos.
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